Y en ese, “a veces te olvido” en el que me
encuentro a pesar de los meses, el destino se empeña en cruzarnos. Hace unos
días, simplemente, bastó que alguien dijera
“se acuerdan de…” para que, como por arte de magia (sin exagerar), aparecieras
otra vez.
Sí.
La
puerta se abrió e ingresaste con tu inmensa sonrisa. Pediste permiso, claro,
después de que otros miembros de la sala te insistieran para entrar. Me
saludaste de manera rápida y percibí tu incomodidad inicial en el roce de tu mejilla junto al escurridizo “cómo
estás”. Sin embargo, te adaptaste enseguida a la situación y
te convertiste, obviamente, en el centro de atención general.
Después de que abandonaste el lugar, todos los presentes me
cuestionaron. Ellos me exigían una
explicación. Por eso, me gustaría
preguntarte por qué, en el transcurso de la charla grupal, me mirabas tan
chispeante y por qué, al mismo tiempo, te sonreías. Y te lo preguntaría,
porque, justamente, al recibir esos gestos no podía dejar de corresponderlos
entre tus mismos juegos de disimulos, los cuales, claramente, fueron de muy
malos actores.
Estoy aleteando otra vez. Si al menos pudiera ser siempre etérea para no
sufrir con el golpe…