Me siento una estúpida volviendo por estos lares para continuar lo que alguna vez comencé a escribir. Pero, bueno, así soy. Nadie me va a contradecir.
Manejo la puerta que siempre se vuelve a abrir porque entrás con tu inmensa sonrisa y no sé cómo dar un portazo. Ya sabés…cuando el aleteo comienza es difícil frenarlo.
Me gusta el jueguito que, en estos meses, armamos. Lo dicho, lo simulado y lo susurrado se entrecruzan entre sensaciones y perfume.
Lo que debe quedarme claro es que no somos dos.
Hay más puertas, más dichos y más perfumes para otras. Y por esas reglas nunca dichas, supuestamente, yo también debería simular, decir y susurrar sobre otras sonrisas pero no sé cómo (no quiero) porque siempre está la esperanza (aunque me cueste admitirlo) del cambio. A pesar de que el último silencio me demuestre lo contrario.
Sí. En el transcurso del juego, el aleteo es constante pero muy relajado. Saber que puedo contar con vos, aunque sea por un ratito me acerca, lo sé, al dolor que, próximamente, me recordará la certeza pedestre.