martes, 24 de abril de 2012

Encantada II


Los pajaritos cantan al ritmo de la caminata, las mujeres se agolpan para alcanzarnos a mi madre y a mí, los hombres se quitan las gorras y realizan una reverencia con el paño que llevan  retorcido en su cuello mientras algunos se ensalzan con pequeñas botellas de elixir…Un atrevido príncipe en patines pasa tan cerca que giro dos o tres veces para terminar sumergida en un colchón confortante de hojas secas. Damos todos las mismas vueltas una y otra vez hasta que el hechizo termina.

martes, 17 de abril de 2012

Encantada I

Hablamos poco, bailamos mucho; escapé y me refugié, me encontraste y seguimos bailando. Así no ¿Qué? ¿Cómo? Te presté más atención, me prendí en tu mirada chispeante y en tu forma despreocupada. No nos preguntamos los nombres, hablamos ¿tonterías? Quizá para no caer en lo clásico. Desperdiciaste todo el contenido de tu trago en mi remera. Reímos. Esbozaste torpes disculpas. Dieron las campanadas, entonces pediste el número de mi celular e inventé una excusa tonta, no escuché tu respuesta pero sentí cómo estrujaste mis manos…Mientras me despegaba gritaste “¿Facebook?” “¿Msn?” “¿algo?”. Nos mantuvimos unidos por el dedo meñique y con un hilo de voz- que hoy sé que se escuchó- garabateé mi mail. Me aparté y te saludé desde lejos, sonrisas y adiós.
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Así vivo, hoy, ciertas situaciones después de varios días con lectura intensa de cuentos de hadas. Me siento una niña. Invito a que recreen la escena desde el punto de vista masculino porque quiero (¿quiero?) volver al mundo real. 

martes, 10 de abril de 2012

Cuento policial

  Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven pasaba todos los días por delante de una casa en cuyo balcón una mujer bellísima leía un libro. La mujer jamás le dedicó una mirada. Cierta vez el joven oyó en la tienda a dos clientes que hablaban de aquella mujer. Decían que vivía sola, que era muy rica y que guardaba grandes sumas de dinero en su casa, aparte de las joyas y de la platería. Una noche el joven, armado de ganzúa y de una linterna sorda, se introdujo sigilosamente en la casa de la mujer. La mujer despertó, empezó a gritar y el joven se vio en la penosa necesidad de matarla. Huyó sin haber podido robar ni un alfiler, pero con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del crimen. A la mañana siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo. Azorado por la increíble sagacidad policial, confesó todo. Después se enteraría de que la mujer llevaba un diario íntimo en el que había escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina, buen mozo y de ojos verdes, era su amante y que esa noche la visitaría.

Marco Denevi 

lunes, 2 de abril de 2012

Fábula oportuna


Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento.
Marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:
"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío, pío."
"Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga."
"Llevarélo al mercado:
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña".
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh, loca fantasía!,
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el bien futuro:
mira que ni el presente está seguro.

Félix María Samaniego