lunes, 27 de mayo de 2013

Crecer


 Triste quise ingresar a este rinconcito a lunares para escribir sobre alguien muy importante en mi infancia. Pero, después de varios intentos y tras recibir el cartel que rezaba algo similar a “Usted ha cerrado sesión desde otro sitio”, abandoné la idea y me acurruqué junto a los libros llenos de magia de aquella autora. La letra temblorosa de la solapa y las dedicatorias de quien me los regalaba trajeron a la memoria gratos momentos. Sin embargo, las horas pasaron y con ellas llegaron las obligaciones diarias.

 El sábado recordé el cartelito que me impedía el ingreso a este sitio y empecé a insistir. Usuario. Contraseña. Usuario. Contraseña. Usuario. Contraseña. “Redireccionando”. “Redireccionando”. “Redireccionando”. El mismo cartelito. El mismo cartelito. El mismo cartelito. Sin entender qué pasaba y con la locura de reconocer que ni siquiera podía comentar como “anónima”, me alteré. Porque, obviamente, con mis ideas catastróficas, me convencí de que mi blog había sido víctima de un pirata informático que se iba a dedicar a publicar con mi nombre lunar: pornografía o lo que era peor paidofilia. Mi dramatismo se intensificó cuando logré entrar a la parte llamada “Fuentes de tráfico” y el cartelito bendito me dio el tiempo necesario para leer los nombres de las supuestas páginas. Todas patéticas. Gracias a una pequeña investigación descubrí que forman el llamado spam.

  Desde Gmail, un poco loca, le mandé, ingresando a una vieja conversación, un mensaje a Dan para preguntarle si estaba todo normal por aquí y si sabía qué era lo que sucedía. Mientras, cambiaba contraseñas y hacía todo lo necesario para evitar que quien supuestamente estaba siendo dueño del blog ,no siguiera con su plan (¿Tengo mucha novela encima, no?) 

 Definitivamente, más tarde, le comenté a mi hermana la situación y me dijo “¿Entraste desde otro navegador?”  (¡Similar fue la respuesta de Dan! ) Claramente me ahogué en un vaso de agua porque como verán pude entrar  desde otro navegador y comprobar que aparentemente, cierto virus –o no sé qué- tiene enfermito al que yo siempre usaba para llegar acá. 

 Bien… si alguien lee hasta acá, se preguntará por qué titulé a la entrada “Crecer”. Mi respuesta, un tanto enmarañada, podría ser la siguiente: Así como, hace un tiempo, camino hacia  mi primer día laboral me crucé con quien había sido mi pediatra  (la infancia me saludaba desde un guardapolvo blanco cuando empezaba una etapa como “adulta”) , el viernes y el sábado, cuando fue inevitable no recordar tantas noches de desvelo junto a los Queridos monstruos, tanto Socorro susurrado, varias Corazonadas en La edad del pavo… y agradeciera a Elsa Bornemann porque con sus historias inicié el mágico camino de la lectura, nuevamente, las posibilidades del mundo real: el de hoy, el de los peligros (a pesar de que este haya sido inconsistente), las imágenes groseras y los pensamientos contaminados (para nada inocentes) me vuelven  a colocar entre lo que fui y lo que soy.  Aunque  me considere un anacronismo, en algunas cosas, ya no soy la misma.

domingo, 12 de mayo de 2013

En el pórtico ideal II

 [ En el pórtico ideal I : http://entreeparentesis.blogspot.com.ar/2012/06/en-el-portico-ideal.html ]


Toco timbre. Espero. Me alejo  para ver cómo las sombras se acercan a la puerta de vidrio. El pasado, el presente y el futuro, como imágenes desesperadas, se cruzan, se pisan, se golpean, se despegan y me acercan aún más a este pórtico, en el que tantas otras veces dudé, reí  y lloré. Abren la puerta. Sé que volví, aunque con fecha de vencimiento, pero volví. Digo: -“Qué tal, tanto tiempo, cómo andan (…) saben que es un placer para mí estar acá (…)” mientras un nudo en la garganta presiona un torrente de emoción contenida. 

sábado, 4 de mayo de 2013

¿Para la mona?


 Era muy incómodo tener que lidiar con semejante peso sobre mí. Las situaciones se hacían pesadas e imposibles de sostener con naturalidad. Sin embargo parecía que nadie lo notaba. No. Nadie hacía alusión a la MONA que llevaba sobre mí  (a veces sobre las espaldas, otras entre los brazos) No podía dejarla en una silla, ni apoyarla en el piso. Debía cargar, siempre, en todas mis obligaciones, con ella que lucía un vestido y un enorme moño.
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¿Raro? ¿No?  Hace un tiempo lo soñé y hoy, por alguna causa que desconozco, lo recordé.