viernes, 27 de noviembre de 2015

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... (3)


   Y en ese, “a veces te olvido” en el que me encuentro a pesar de los meses, el destino se empeña en cruzarnos. Hace unos días, simplemente, bastó que alguien dijera “se acuerdan de…” para que, como por arte de magia (sin exagerar), aparecieras otra vez.

  Sí.

  La puerta se abrió e ingresaste con tu inmensa sonrisa. Pediste permiso, claro, después de que otros miembros de la sala te insistieran para entrar. Me saludaste de manera rápida y percibí tu incomodidad inicial en el roce de tu mejilla junto al escurridizo “cómo estás”. Sin embargo, te adaptaste enseguida a la situación y te convertiste, obviamente, en el centro de atención general.

  Después de que abandonaste el lugar, todos los presentes me cuestionaron. Ellos  me exigían una explicación. Por eso, me gustaría preguntarte por qué, en el transcurso de la charla grupal, me mirabas tan chispeante y por qué, al mismo tiempo, te sonreías. Y te lo preguntaría, porque, justamente, al recibir esos gestos no podía dejar de corresponderlos entre tus mismos juegos de disimulos, los cuales, claramente, fueron de muy malos actores.  

  Estoy aleteando otra vez. Si al menos pudiera ser siempre etérea para no sufrir con el golpe…