viernes, 4 de abril de 2014

Quién es quién

  El murmullo de los transeúntes se unía al ronroneo feroz de la avenida sin embargo, la brisa suave de mañana estival y el sol cálido acompañaban la charla amena al cruzar una a una todas las cuadras que nos separaban del lugar de destino. La conversación rondaba sobre temas superfluos y clásicos frente a las futuras vacaciones quienes se acercaban, deseosas, con el correr de los días. “Esta vez no nos quedamos con las ganas del bar a orillas del mar nocturno”;  Siempre a último momento”; “Si ahora llegamos y no está lo que querés, no te acompaño más, eh…menos mal que salimos temprano para los últimos detalles.”

  Risas, reproches y propuestas hasta que el entorno se hizo presente cuando en un momento alguien que venía frente a nosotras me clavó la mirada. Escuché en voz baja ¡ay! ¿por qué te mira tanto?  Y no pude responder. En las milésimas de segundos que duró el contacto de miradas, mientras él  y yo seguíamos nuestros caminos opuestos, un  lo conozco” repetitivo me invadió de certeza difusa.  “Lo conozco” ¿Quién es? “¿Lo conozco? ¿Quién es? ¡Lo conozco! ¿Quién era? Mariposas en la panza. La reflexión me hizo dar vuelta rápido para mirarlo nuevamente, o para seguir con el contacto ya que al instintivamente mirar hacia atrás, sin necesidad de buscarlo, él, también, me estaba mirando, buscando  con la mirada y sonriendo con complicidad.  Nuevamente escuché a mi hermana, al  buscar el frente de mi camino, que me decía “Te sacó fotocopia” y como un mandato lanzaba  “¡Ya! Me decís quién era”.

  El silencio entre ambas duró una cuadra. “Ahora te cuento” le dije, sabiendo que no tenía qué decir. Contarle que había sentido algo extraño era tal vez exagerado; decirle que estaba segura de que no lo conocía era ridículo porque ella también había percibido un contacto más allá de ese micromomento. Había visto la risa entre ambos, la mirada de él antes de que yo lo percibiera…  De repente, mi hermana interrumpió  mis pensamientos un minuto y me dijo, como tantas otras veces, “no puedo dejar de mirar a la gente a la cara”. Mi respuesta, como tantas otras veces, fue “no tengo los anteojos, me gusta no ver todo tal cual es”.  Y aunque ella me tildó de exagerada y yo sé que la miopía que me afecta no es para tanto, a veces sirve de excusa para entender las situaciones que la realidad no me permite explicar. ¿Quién era? No sé. Estoy muy segura de que nunca en mi vida, desde que tengo recuerdo,  lo vi, pero sentí una conexión cotidiana y feliz. Un lazo más allá de la contemplación esporádica de dos transeúntes que se observan entre tantos y parecen atraerse.  Él me conocía y yo a él. De dónde, no lo sé.