viernes, 30 de agosto de 2013

¿Quéééé ? ¿Cóóóóóómo?


  En mi lista de días inolvidables, por el cachetazo generacional, en primer lugar se encuentra lo que conté el 3 de julio de 2012 -acá-  Pero, hace unos días, puedo decir que pasó algo. Un suceso que pelea el primer puesto con insoportable soberbia. Un episodio que apareció de sopetón y me golpeó con fuerza de realidad inesperada.
 Necesito escribirlo sin darle demasiada importancia a la forma porque, aunque parezca ridículo, me dejó boyando entre un circunloquio de pensamientos y una imagen desesperada por sobresalir.  Esa imagen es la que me devolvió esa otra que, aparentemente, soy yo.
 Mientras estaba lavándome los dientes un brillito parecía llamarme de la parte superior. El vidrio del espejo, esta vez, no dejó que focalice en los caninos que recibían la fuerza incesante de un cepillo empastado. No. La otra, quería que yo viera la nueva mutación y, como siempre, lo logró. Con la boca similar a la de una perra rabiosa grité: ¡UNA CANA!  ¡UNA CANA!  ¡DOS CANAS! ¡DOS CANAS Y MEDIA! 

viernes, 2 de agosto de 2013

Ojito


  A veces creo leer en las miradas situaciones que sus propietarios no sienten ni desean. Ayer fue un día con planteos internos relacionados con la vivencia, sí…una  media jornada en la que, por alguna razón, me obsesioné con los ojos ajenos.
 Como dice el poeta “hay ojos que lloran-con llanto de pena, unos hacia adentro-otros hacia fuera…” Sí. Pero, yo…con un criterio que es difícil de descifrar, los interpreto a gusto propio. La mirada vidriosa del compañero de trabajo, por ejemplo, mientras hablábamos de un tema que nos relacionaba (laboralmente) me pareció que decía algo más que “es temprano, tengo sueño”. ¿En esos ojos  negros y profundos había complicidad? -me pregunté mientras se iba- Si es así, no lo demuestra de otra manera. (¡Ay! qué me pasa). Idea que me abandonó de forma repentina porque la alegría de otro compañero era evidente cuando llegó y nos dijo: “soy papá”. Sus ojos irradiaban chispitas de luz; todos, estoy segura de que las vimos y hasta las sentimos mientras nos saludaba. Sí. Ellas, primeros nos rozaban y  después nos traspasaban los abrigos.
 Fue una mañana de miradas masculinas. Las únicas representantes femeninas éramos dos y para ser sincera, los otros ojos no me dijeron nada convincente. Estaban serios, se movían de un lado a otro y no planteaban comodidad. De todas maneras, no fueron víctima de análisis y se les restó importancia. Quizá, porque después de las situaciones anteriores una mirada transparente se acercó para saludar y me prendí de la conversación óptica y verbal.  La conexión parecía buena. No había interferencias y el vínculo era ameno.   Aunque el reflejo de los anteojos que lucíamos por primera vez en una charla, por momentos, en mi caso, opacaba el impacto.
  En general, considero que es muy fuerte  la conexión que se logra a través de los ojos. Y no me refiero al descubrimiento  espontáneo en el que dos miradas logran descubrirse en el mismo punto propio. No. Hago referencia, precisamente, a ese momento en el que, si los dos nos quedáramos callados, mirándonos, podríamos entendernos.