La mayoría de mis compañeros se encontraban en clase, pero a mí me faltaban unos minutos para tener lapicera en mano. Cuando miré el reloj, después de dar unas vueltas por el sector, saludar al espejo del baño y visitar la fotocopiadora, me di cuenta de que exactamente debía esperar veinte minutos. Podía ir a la llamada “sala de lectura” de la biblioteca pero no tenía ánimo…además nunca puedo leer ahí, termino escuchando conversaciones ajenas (pero eso es tema aparte). Entonces decidí quedarme ahí, sola, como loco malo esperando a que pasara el tiempo. Agarré el celular, miré la hora, inconscientemente fui a la bandeja de entrada, lo cerré, lo volví a abrir, lo guardé. Pensé en el reloj nuevo que lucía en mi muñeca izquierda y en la costumbre de la consulta horaria en la pantallita del LG. Obviamente no era la única que esperaba, había otras personas a mi alrededor: algunos pasaban rápidamente y se hundían en las escaleras; dos chicas hablaban sobre la clase de una tal “Romani” o “Romano”; un chico con una cabellera prominente y desordenada miraba hacia un punto fijo mientras movía insistentemente la pierna derecha; una profesora hablaba sobre la entrega en tiempo y forma con, seguramente, su alumna.
Después de un rato, descubrí a alguien más que en forma solitaria analizaba el corredor y era “el chico que me da miedo”, sí, no sé cómo se llama, no sé qué estudia. Es extraño, observa a todos y a todo con una mirada de miopía sin anteojos –y lo dice una miope-. Lleva los hombros hacia arriba y se acomoda repetidamente el cuello de la camisa. Los brazos cruzados sobre su pecho parecen ser sus únicos amigos. A veces simula estar apurado pero al rato vuelve a aparecer tímidamente entre los estudiantes –que también lo miran raro-. Parece esperar el día justo para sorprendernos a todos. Ahora, él también estaba ahí, deambulando por el sector, consultando la hora reiteradamente, mirándonos las caras, presionando las teclas de un celular , sentándose, parándose al rato, yendo a la fotocopiadora, volviendo…
Yo, ahí, esperando ¿era también “la chica que me da miedo” de algún otro?
Humm lo vi una sola vez, llevaba un buzo rojo... ah no me confundo de persona creo! já!
ResponderEliminarTal vez ambos sientan miedo del otro, y te haya estudiado de la misma forma que lo hiciste vos, y es eso lo que los separa.
Separa? de qué?
No sé, claro.
já - já - já
¡Qué confusión Nati! jajaj De la persona de buzo rojo no me gustaría separarme*. "El chico que me da miedo" claramente vos sabés que es otro (no quiero ni que se acerque), aunque la situación solitaria de esa tarde me llevó a realizar parte de su accionar.
ResponderEliminar*Imaginando que estamos juntos...felices comiendo perdices¡!
Coincido: probablemente seas «la chica que me da miedo» de «el chico que te da miedo».
ResponderEliminarRespecto a los chinos, no leí el Tao. Sólo leí unas partes recopiladas en un libro que mi vieja compró en una farmacia y me regaló. Y sigo sin compartir la esencia de el relato. Jajaja...
Saludos miopes (yo yambién) y gracias por pasar.
Guau! Todo lo que me pierdo llegando tarde y estando siempre dispersa.
ResponderEliminarVivo siempre dispersa y ese es un error, pero lo que si, es una realidad... Siempre tenemos un apodo para algun desconocido.
Mis actuales amigos, compañeros de secundaria (de otra especialidad), me contaron que me conocían como "La piba del 182" y anda a saber cuantos otros mas apodos sueltos tendré.
Saludos Lunatica, ya te pongo a seguir :)